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Amigarse

Es una bonita palabra. La tenía olvidada en mi diccionario particular; se remonta a la más perdida infancia, cuando los amigos del Barrio discutíamos por cualquier tontería y con la misma facilidad nos reconciliábamos.
Después ya no me pareció nadie los suficientemente importante como para enfadarme; cuando me encontraba un personaje particularmente tóxico lo tachaba de la lista y tan amigos.
Pero ahora estoy de regreso, mi tiempo es mío y no de la multinacional que me pagaba; puedo por ende invertirlo en quien quiera (obsérvese que, con buen criterio empresarial, distingo "gasto" de "inversión"). Estoy recuperando viejas amistades, incluso entre las personas que  figuraban tachadas en la lista, sólo que mi capacidad de amar es limitada, humanamente corta, y debo enviar al ostracismo a casi tantos como recupero. Para ello establezco una clasificación, -en términos de comentarista económico "ranking"-, según su índice de toxicidad, ¡si vieras con qué rapidez se llena!
Haré un esfuerzo por restablecer la relación con tantas personas honradas a quienes los mercados apartaron de mí, esas que sí son realmente personas "humanas". Quiero amigarme.
(Agradezco que me haya devuelto esta palabra a Jorge Fernández Díaz, escritor argentino a quien no conozco, hijo de una asturiana que fue enviada a la emigración, sola, a los quince años. Parece ser que lo cuenta en Mamá)

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