La guerra. No explicada por los héroes, no la versión épica,
sino la trágica; las mujeres del pueblo derrotado, a sus espaldas la bella
Ilión incendiada, esperan en la playa ser rifadas entre los conquistadores, que
se las llevarán, - en las cóncavas naves,
escribiría Homero-, a la esclavitud, al exilio.
Una promesa de las letras
griegas, un tal Eurípides, varias veces premiado, pone ante nuestros ojos el
desastre de las vencidas, violadas, maltratadas, encadenadas, que han visto
morir a sus hijos y maridos y aún verán el asesinato de sus hijos. Magnífico
trabajo, de nuevo, de Teatro Kumen, una compañía de aficionados con habilidades
de profesionales; un espectáculo digno de ser difundido. Aplaudo, además, su
voluntad de colaboración con otras entidades culturales; he pagado por la entrada,
a través de la amabilidad de la asociación Cauce del Nalón, la increíble
cantidad de 2’5 €, un regalo que debo agradecer.
Es necio el mortal que destruye ciudades…dice Poseidón; Casandra: …en verdad, el hombre prudente debe evitar
la guerra. Dioses y humanos están de acuerdo en criticar la irracionalidad,
que sigue machacándonos, siglo tras siglo, sin que aprendamos de nuestra suicida
capacidad de hacer daño. Las víctimas que abandonan toda esperanza: Si los marineros sufren una tempestad
moderada, ponen todo su esfuerzo en salvarse…uno acude al timón, otro a las
velas, otro achica agua. Pero cuando el ponto, todo revuelto, se les echa
encima, ceden al destino y se abandonan a las olas. Así yo, -se queja
Hécuba, perdidos marido, hijos y reinado-, que
tengo calamidades sin cuento, me he quedado sin voz…Discuten si no es
preferible la muerte, fin de todo sufrimiento, a la esclavitud.
No puede
esconder Eurípides su amor a la Filosofía, bien reflexionando sobre una
hipotética vida más allá: Hija, no es lo
mismo morir que seguir viviendo. Lo uno significa la nada, en lo otro hay
esperanza, dudando de los dioses: ¡Oh
Zeus, soporte de la tierra que en la tierra tienes tu asiento, ser
inescrutable, quienquiera que tú seas, ya necesidad de la naturaleza o invento
de los hombres…! Amigo de Sòcrates, usa su método, permite en escena un
juicio a Helena, causa de la ruina de la ciudad, paciente Troya, ¡cuánto has perdido por una mujer y su odioso lecho!,
consiente que argumente, para presentarse a sí misma como una víctima de las
diosas, un frívolo juego de Hera, Atenea y Afrodita, …en cambio, lo que hizo feliz a Grecia me perdió a mí, que fui vendida
por mi belleza; perdición a la que no es ajeno, por irresponsable, su propio
marido, que la abandona justo cuando llega Paris acompañado de la divinidad
protectora: Y tú, el peor de los hombres,
lo dejaste en tu propia casa, zarpando de Esparta en tu nave hacia Creta.
Puede
mejorarse, en las actrices, la proyección de la voz, la dicción en algún actor,
quizá los efectos especiales, ahora bien, el conjunto de la representación es
digno de un largo aplauso; quiero destacar la fidelidad al texto original, el trabajo de Silvia Sierra (Casandra),
Guiomar Fernández (Andrómaca) y la magnífica Hécuba, Paula Moya. José Ramón López,
no debería figurar en los papeles con los rótulos tradicionales, sino calificado
de “columna vertebral”; como suele hacer, para que nos vayamos de la sala mascullando
ideas, nos sorprendió con el número final: las desventuradas troyanas,
agrupadas, apiñadas en torno a la doliente mujer de Priamo, cantan Grándola, vila morena…
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