Ya salió en
prensa, radio y televisión, puedo escribir sobre ello sin causar daños
colaterales. El responsable de la empresa primero actuó correctamente,
pero luego no digirió bien el hecho de que su marca saliera en los papeles, la
gente llegaba a la pizzería y preguntaba: ¿Eres
tú el repartidor de color?
De color
obscuro, negro como un zapato negro, pero hasta el tonto racista usó el eufemismo;
hizo un pedido por internet, en consecuencia con su nombre, apellidos,
dirección y teléfono a la vista de todas las chicas que trabajan en el obrador;
añadió: “Q no me la traiga el repartidor
de color”. La plantilla montó en cólera, ¡pues que se la lleve su puta madre!, a los tres cuartos de hora el
cliente llamó por teléfono reclamando la cena; el encargado estuvo bien,
preguntó la causa de su comentario, interesándose por si hubiera algún problema
de servicio imputable al repartidor de
color. “No…es que me dan asco los
negros…vienen aquí a quitarnos los puestos de trabajo”. Eso me
parecía a mí. En cuanto salgo a la calle no hago más que ver ciudadanos africanos en los mejores
puestos: directores de bancos, dueñas de hoteles, ingenieros- jefes del naval,
arquitectas y aparejadores de obras públicas…Bien pagados, con contratos
fantásticos, dados de alta en Seguridad Social con sus plenas cotizaciones. No
se suelen ver jamás pelando patatas en las cocinas, ni recogiendo los cubos de
la basura en Oviedo, ni pordioseando vendiendo bolsos y discos por los bares,
siendo el hazmerreir de borrachos y maleducados.
En estas mismas
páginas puedes ver la verdadera cara de la inmigración, los sinvergüenzas de la
Sidrería La Dársena de Gijón y su explotación de los débiles (“Crónica de la
infamia”, de 12/9/2012, y siguientes), un ejemplo de lo que tienen que sufrir
sencillas gentes que han venido a ganarse los garbanzos; como hicimos los
asturianos camino de Cuba, de México, de Francia, de Bruselas o de Alemania,
cuando aquí no los había. Y en aquellos países, como en todas partes, hubo
buenas gentes que nos acogieron y desgraciados que intentaron humillarnos. Hace
apenas cuatro años que un amigo me comentaba los problemas que trabajadores de
Duro-Felguera tuvieron en Nottingham, en la civilizada Inglaterra, con
violentas protestas porque “iban a quitar
los puestos de trabajo a los ingleses”.
La mejor de
las mofas en este sentido la viví en Casa Cordeles, ilustre casino de Lada,
Langreo. Alberto, policía retirado nacido en Benavente, se quejaba de los
inmigrantes usando esa ya manida frase; Denso, jubilado, que siempre está al
quite asentía: “¡Sí, señor, había que
echarlos! Y a los extremeños, y los gallegos y a los zamoranos…” Ahí ya no
se aguantó Alberto, “¡Hombre, eso no!” Denso subrayó el corolario: “¿No vinisteis a quitarnos el trabajo a los asturianos?”
Esta es la gran falacia. Llamamos a la ciudadanía de otros países cuando
necesitamos mano de obra, a ser posible barata; la rechazamos cuando la cosa anda floja, sin más respeto
que los viejos barcos de negreros; incluso les cargamos la culpa de nuestros propios males.
En la Edad
Media se achacaba todo a los judíos, peste incluida, que era más efecto de la
poca higiene que de las razas en presencia. Una vez expoliados y expulsados
pagaron el pato los herejes, luego los ilustrados, después los liberales, más
tarde los socialistas, a continuación los comunistas; con Franco “la
conspiración judeo-masónica”, ahora los presuntos chavistas de Podemos o los yihadistas.
Pero siempre buscan los gobiernos chivos expiatorios a los que cargar con sus
culpas; no es fácil que un ministro diga: he metido la pata hasta atrás, lo
lamento, dejo el cargo. Ciencia-ficción, parecería.
Y sus
afirmaciones calan en el lenguaje cotidiano. Una candidata del PP afirma
rotundamente que no es una perra judía, en la próxima Semana Santa matarán
judíos metafórica y alcohólicamente en León, se hacen comentarios despectivos
de los moros o se piensa que a los amarillos se los engaña como a chinos.
Recientemente he leído una noticia en la que se informaba de una niña que
vuelve a casa de sus padres en China después de haber estado secuestrada varios
años; el redactor usaba un término que yo creía perdido, “sus padres pensaban que había sido víctima de la trata de blancas”. Una expresión terrible; indica el tiempo en
el que el tráfico de mujeres para la prostitución no era delito si las víctimas
eran de colorines, solamente si se trataba de mujeres de rostro pálido, las únicas
respetables.
En mi
lenguaje coloquial solía hacer una broma, jugando con los palitos de los
números romanos afirmaba que estábamos en pleno siglo XIX. Error, todavía no
hemos salido del XVIII; hay que volver a explicar tres palabras:
Libertad
Igualdad
Fraternidad
Yo tampoco
quiero que venga el negro. Prefiero que no tenga que venir, que pueda ganarse
la vida junto a su familia, que un trabajo digno le permita estar
tranquilamente con sus amistades y no se vea obligado a jugarse la vida en la
mar, para llegar a recoger nuestras migajas y nuestro desprecio. Hubo un tiempo
en que pedimos un miserable 0’7% para colaborar en su desarrollo, incluso un
sinvergüenza del PP, en esa cueva de piratas que tienen en Valencia, se quedó
con el dinero del instituto de cooperación; ya no nos acordamos, pero es lo único decente, invertir en
África, dar a cada uno la oportunidad de desarrollar su tierra.
Espero que
nuestro sentido de la justicia consiga que algún día dejen de viajar en patera
para hacerlo en un crucero, y que El Corte Inglés les haga descuento por
comprar el viaje anticipadamente y les regale los billetes de los niños menores de doce años.
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