Ya
que vas a Nueva York, podríes pasar a saludar a la mi familia de Ribesella.
Así fue como conocí, hace varias decenas de años, a los Fernández de New
Jersey; Joe, muy amablemente, fue a buscarnos al hotel, nos llevó a su casa y
nos presentó a la abuela, que había emigrado con el marido, -en estas fechas ya fallecido-, mucho
tiempo antes, a Mary, y a los tres hijos. Marta, que ni siquiera era teen ager,
mantuvo la amistad con ellos y no deja de visitarlos cuando tiene ocasión;
difícilmente olvidará una tarde, ya siendo universitaria, en la que quedó
desamparada en aquellas latitudes y acudieron en su ayuda sin pensarlo.
Asturianos.
La abuela hablaba como cuando salió de la Villa, sin mucho
inglés, pero se apañaba, ayudada por su muletilla favorita, anyway. Fueron
hospitalarios a la asturiana, poniendo su casa y sus personas a nuestra
disposición; uno de los chavales me preguntó si tomaba una cerveza. Vale, gracias. Cómo la quieres, ¿nacional o
importada? Nacional…por probar... Me trajo una lata de Budweisser, aunque
no lo consideraba la mejor elección: No
sé cómo te gusta esto, ¡sabe a mexu! Ahí, conservando en estado puro nuestra
mejor expresión para menospreciar una bebida, en boca de un nativo yanqui de
segunda generación.
La relación de los Fernández de New Jersey con Asturies
no se ha quebrado jamás, vienen siempre que pueden, están al tanto de las
noticias locales y ven por la televisión de cable los partidos del Sporting. Joe
no está muy de acuerdo con las posiciones políticas de Cartes de Cuturrasu, pero las
lee de vez en cuando, con la naturalidad con que aquí, cuando vamos al chigre,
hablamos unos con otros de cualquier tema. La foto que ilustra este artículo
corresponde al despacho de Paul, abogado, con los anaqueles llenos de libros de
leyes USA, presididos por la imagen gaitera de Pinín,
que de Pinón ye sobrín (y de Telva); el que desde Paxomal salió a ver mundo en un invento que asombró a la ciencia aeronáutica, el madreñogiro. Asturianos.
A esta clase de amables personas ha faltado al respeto un tal
Miguel Alarcos, que ha llegado a profesor universitario aportando como
principal cualidad docente su apellido. Montó en cólera porque en un acto que
se titulaba “Homenaje a los poetas de la Cátedra Emilio Alarcos” se leyó un
poema en asturiano, según él “…ese invento…una puta mentira que se aprovecha de
la gente de bien y beneficia a políticos y filólogos paletos”. Entre otros argumentos
de gran calado científico escribió, “Al salir a estrados, puse los cojones
encima de la mesa y dije lo siguiente, de lo que no me arrepiento en
absoluto…Antes era tolerante. Ahora se me han hinchado las pelotas…”
Joe me contaba que cuando llegó la hora de empezar el
bachillerato sus padres le enviaron a estudiar a Oviedo, a los dominicos, y
tenía un serio problema: sólo hablaba asturiano e inglés, en unos años en que
usar lenguas diferentes de la oficial estaba castigado. Con este tipo de
enseñanza algunos sufrimos de esquizofrenia lingüística: yo pienso y hablo de
la manera en que lo hacía en casa de mis abuelas, sin embargo la escritura no me
sale en asturiano, sino automáticamente en castellano. Había un común desencuentro: si en la escuela se
usaba el habla doméstica era considerado como de paletos (¿tendrá razón el
Alarcos Segundo?), ahora bien, si uno en el barrio usaba expresiones castellanas era
señalado con el dedo por pijo, “por hablar fino”. Volví yo después de un mes de
campamento en Cáceres y se me ocurrió pedir a mi madre “dinero”, fui el
hazmerreir de mis hermanos, porque lo que decíamos de toda la vida era “dame
perres”. Ni que decir tiene que me corregí rápidamente.
Es un debate recurrente el de la idoneidad de preservar las lenguas minoritarias; casi siempre se dice que mejor invertir en enseñar a
los niños inglés. Conservarlas debería considerarse equivalente a la lucha por
la biodiversidad, las diferentes formas de vida se apoyan, se complementan, los idiomas deben mantener una relación de simbiosis; que una lengua se extinga es un desastre científico. La Unesco publica cada cierto
tiempo un informe de situación en el que aparecen las que se van muriendo y las
que peligran; en Europa se hallan en circunstancias de serio riesgo veinticinco, para
protegerlas se aprobó la "Carta europea de lenguas regionales o minoritarias", refrendada
por los principales países, pero de escasa aplicación práctica. Gaélico,
occitano, sardo, corso, prusiano, silesio, urrumano, aragonés, asturiano…Pensamos
con palabras, el idioma conforma el pensamiento; intentar que todos hablemos una
misma lengua es exactamente lo mismo que cuando nos llevaban a la mili, nos
pelaban, nos uniformaban y nos tenían todo el día marcando el paso; no para que
aprendiésemos a defendernos de una invasión de la peligrosísima Andorra, sino para pulirnos las
meninges.
“¡Hablad en
cristiano!” era una expresión muy común entre los enseñantes, se titula así un
libro de Pablo Rodríguez Alonso, que acaba de editar Trabe, en el que se explican
los procesos de unificación lingüística en diferentes países; un mecanismo más
de imposición de un tipo de estado. “No ladres, habla la lengua del Imperio”,
tuvieron la desgracia de escuchar otros, con lo que significa de menosprecio de
formas de lenguaje “inferiores” con respecto a la del grupo políticamente
dominante.
Final truculento: Unos días después el hijo de Don Emilio
Alarcos Llorach hizo caso a sus amistades, que le criticaron no tanto el
contenido como la ocasión: ¡decir tales cosas justo ahora que se van a repartir
subvenciones! Borró sus comentarios en la Red y pidió perdón por sus “recientes
afirmaciones, desafortunadas y groseras”. Pero realmente no hay rectificación; de una parte sólo las considera reprochables “en la forma”; de otra echa la
culpa a los demás, que somos manipulables, “han sido sesgadas y descontextualizadas”;
a mayor abundamiento se siente ofendido, “extraídas de un ámbito privado y
publicadas en la prensa”.
Cuando escribió sus malsonantes palabras en Facebook,
¿hablaba en privado? ¿Sigue considerando la lengua en la que yo me comunico y
que la Unesco pide proteger cosa de paletos? Lo lamento, ya sé que soy pesado, me veo en la
obligación de volver a escribir el conocido dicho académico, aplicable a los estudiantes torpes: “quod Natura non dat,
Salmantica non praestat”, o, dicho en asturiano, en términos de inteligencia
“de onde nun hay nun se puede sacar, nin”.
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