Cuidado, no es un manual para rateros que quieran
progresar en la carrera profesional; lo advierto por si luego alguno piensa en
presentarme una reclamación. El título completo es Arte de robar esplicado en
beneficio de los que no son ladrones ó Manual para no ser robado, por
Don Dimas Camándula. Otro descubrimiento que hice husmeando en la Feria del
libro antiguo y de ocasión de la ciudad de León; es una edición facsimilar de
Editorial Maxtor, Valladolid, a partir de la original de la Librería de D. Ignacio Boix, calle de
Carretas, núm. 8, Madrid
Abren la obra unas palabras que acercan las
preocupaciones del autor a la situación actual, es decir, al derecho a la
propiedad intelectual, que volverá a tratar en páginas interiores: Advertencia. Esta obra es propiedad del que la ha
compuesto con su paciente trabajo, y héchola imprimir con su buen dinero. El
que la reimprima furtivamente será un ladrón, y como tal se espondrá mucho a
que el propietario le fastidie. A este último efecto ha tomado Don Dimas
Camándula las medidas precaucionales de costumbre, y otras. Y para que ningún
pirata literario pueda alegar ignorancia, se estampa aquí la presente
advertencia.
Prólogo y página interior de sentencias útiles para que
el hablante común se las dé de Sancho, como Buena
fama hurto encubre, o la que dice que la Justicia no es igualitaria, Para los desdichados se hizo la horca. Entra
rápidamente en materia con “Ardides para robar”, si bien habla de robos
decentes, entre los cuales señala a los que se quedan con libros prestados, en
unas páginas deudoras de Larra: Tenía
pues una pequeña biblioteca…en la cual me miraba como en un espejo, pero es el
caso que tengo más amigos que libros tenía. ¿Cómo se niega un libro a un amigo?
Conclusión: no prestes libros, bastones o paraguas.
Otros buenos consejos son que cuentes siempre la vuelta de
los pagos o que no te fíes en los cambios de moneda. Aquí incluyo, sin su
autorización, la experiencia de una amiga en la antigua Checoslovaquia; hizo un
ventajosísimo trueque de papel moneda en el mercado negro, hasta que se puso a
gastar el dinero y le dijeron que eran billetes caducados, fuera de curso
legal.
No
tomar acciones en ninguna compañía ó sociedad que ofrezca ventajas ó ganancias
desmedidas. En
tiempos actuales Sofico, Rumasa, Afinsa y Nueva Rumasa son ejemplos de
aventuras absurdas. No especular en
ningún ramo que uno no entienda perfectamente. Tenga siempre en cuenta quiénes
son los profesionales de la pasta, de
enero a enero, dinero del banquero. Y sobre todo no se fíe de la publicidad
engañosa, Cuanto mas pomposo sea el prospecto, cuantas mas ventajas ofrezca el
nuncio, mas deben desconfiar; salvo en el asunto que nos ocupa, claro (De esta regla se exceptúa el anuncio paradojal
y altisonante que de mi Arte de robar leerán V.V. en los diarios y en las
esquinas)
Conocerán divertidas anécdotas de burlas ingeniosas o
casos arquetípicos, como el del tabernero devoto, que primero repasaba la
letanía de trampas comerciales a su mujer (¿Has
echado agua al vino?) para luego pasar a las diarias oraciones. O el ladrón
que entra a llevarse un reloj del palacio de Luis XV, le ve el rey en postura
peligrosa y le sostiene amablemente la escalera para que no se lastime; cuando
se entera de que no era el ayudante del relojero, el monarca dice que no le
busquen, porque él mismo habría sido cómplice del robo.
Da normas para comportarse durante un robo, relaciona una
lista de Precauciones para no ser robado,
con ingeniosas soluciones para evitarlo, o cómo actuar después de ser víctima,
donde aconseja, por ejemplo, olvidarse de intentar recordar la cara de los
autores, ¡suelen tener tan mala catadura!, no merece la pena guardar su imagen.
Después de la ratería recomienda el silencio, porque tu torpeza, en parte, te
ha hecho culpable de la propia desgracia. Acaba con un Diccionario de la
jermanía para que todo el mundo sepa, en caso de necesidad, el lenguaje de los
manguis.
No incluye qué debemos hacer ante los robos de las
grandes corporaciones industriales y financieras, o de ciertos partidos
políticos, máquinas de asalto al Tesoro público; no son cuestiones que un
escritor elegante abordara en el XIX. Al final sólo viene a tratar de estafas
menores, ingeniosos raterillos cuyas caras no tienen aspecto de maldad, sino
más bien la del Caco Bonifacio de los tebeos. Coincide conmigo en que los pequeños
robos no dejan de ser actos de Justicia distributiva, una forma de redistribuir
las rentas; cita a Schiller, en “Los bandidos”, ¿Qué es al cabo robar? Restablecer
el equilibrio de las fortunas.
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