“Santander, 6 de septiembre
de 1937. El redactor del periódico ‘Alerta’ ha hablado con monseñor Antoniuti,
delegado para la zona liberada. Le dijo que había venido enviado por el Santo
Padre para ocuparse personalmente del regreso a España de los niños expatriados
por la ferocidad roja. Muchas madres de Santander, Vizcaya y Guipúzcoa se
habían acercado pidiendo que sean pronto repatriados sus pequeñuelos”.
Los diarios del bando
nacional arreciaban en la campaña, declarando que la situación “estaba
normalizada”. La caída de Asturias en octubre significó el hundimiento
definitivo del frente norte. Titular de El
Universo, “Bilbao quiere a sus niños”.
La Gaceta del norte exigía a los
padres que firmaran las peticiones de repatriación. El artículo más
significativo al respecto está firmado por un tal Stefani; por el contexto,
posiblemente pseudónimo: “El periódico
católico ‘El Porvenir de Italia’ escribe que la Santa Sede se interesa
vivamente cerca de los gobiernos…donde se hizo transportar centenares de
niños…en la mayor parte de los casos contra la voluntad de los padres, para
obtener que sean devueltos a sus familias. Casi la totalidad de los padres
ignoran en qué nación se encuentran sus hijos, ya que estos fueron
transportados al extranjero con destinos inciertos y falsa documentación”.
Está publicado en la edición
de Sevilla de ABC (nacional). Sin embargo, el propio periódico descubre su mentira,
porque unos días después reproduce, a modo de ejemplo, una ficha de evacuación,
en la que figuran claramente todos los datos personales, el origen y el
destino; lleva pegada la fotografía de la niña. Publica, asimismo, las listas
del gobierno vasco, explicando los datos exactos de países y exiliados,
“Inglaterra, 4000”. Continúa el artículo, “Resulta
que casi todos los gobiernos son favorables a la repatriación…sin embargo, se
tropieza con grandes dificultades…sobre todo en ciertos países que exigen que
la petición sea formulada y legalizada por los padres de cada niño”.
Ciertamente, era difícil que
firmaran la solicitud familiares que habían muerto, estaban en la cárcel, no
disponían de medio de vida o habían sido expropiados de sus casas, “…mucho más tarde me contaron que vivían
debajo de un puente, en Santander. ¡Debajo de un puente!”. En una rueda de
prensa en París, en diciembre, Aguirre, presidente del gobierno vasco, declara
que las solicitudes son falsas, y que algunos países las están investigando.
Efectivamente, en Inglaterra detectan cartas sospechosamente iguales en
redacción, firmas de padre y madre cuando uno está en Francia y otra en España,
solicitudes escritas por progenitores analfabetos; y los propios niños avisan
al Comité que sus familias les dicen que no regresen, otros descubren
rápidamente la patraña, “¿Cómo iban a
firmar la solicitud conjuntamente mi padre y mi madre si llevaban varios años
separados?”.
Cuenta Adrian Bell que el delegado pontificio,
Henry Gabana, se presentó ante las autoridades inglesas con una lista de 855 peticiones
de repatriación. El “Comité de niños vascos” desconfía; el prelado, en un rasgo
de inocencia, confiesa que la mitad de las solicitudes han sido tramitadas por
la Falange; con no menor candidez confiesa que las personas que acompañaron a
los niños en su exilio no serán bien recibidas. Es otra cara de la moneda;
maestras y jóvenes, que voluntariamente se ofrecieron a hacer menos amarga la
estancia de la infancia en país extraño, son consideradas ahora traidoras. “El más feroz delito…criaturas arrancadas del
regazo materno, con hipócritas halagos o entre amenazas y blasfemias…Van
acompañados de maestrillos envenenadores de almas…invocando a todas horas una
Patria que no existe y un Dios en el que no creen, han tomado a estos
desgraciados niños y los han entregado a gentes cuyo lema es el olvido de toda
belleza, de todo sentimiento noble y de toda la gracia del cielo”.
Los testimonios no dejan
lugar a dudas. Carta de una hija a su madre, profesora acompañante: “Las prisiones están llenas de prisioneros
que son fusilados diariamente. Si vuelves, corres el peligro de que te
encarcelen, porque se te acusa de maltratar a los niños”. Una monja
católica cuenta el drama de otra enseñante que no pudo regresar: “A la profesora no la dejaron volver a
España. Estaba muy desilusionada y muy, muy herida por no poder volver. Ella
dijo que vino sólo por los niños, pero se decía que todos los que habían
acompañado a los niños eran comunistas. Se fue a América”
Por otra parte, tampoco
parece estar claro el futuro de una infancia desprotegida, en una nota de
prensa “el Comité considera que el
bombardeo de ciudades españolas por parte de las tropas de Franco hace
imposible pensar en un retorno…Si los niños fueran devueltos…probablemente
acabarían en reformatorios fascistas o en seminarios católicos, en contra de
los deseos de sus padres”. No van estas líneas descaminadas en absoluto;
con la ampulosidad que tenían los nombres de las instituciones golpistas, se
crea una “Delegación extraordinaria de la Comisión de Justicia para la
repatriación”, dentro del “Consejo para la protección de la infancia”, que
declara: “Hasta el momento han sido
entregados a sus padres todos los niños repatriados, menos uno, que se disputan
la Junta de Vizcaya y monseñor Antoniuti; pero la Delegación no reintegrará la patria potestad a los niños que lleguen
a España cuando necesiten un tratamiento terapéutico adecuado, una reeducación
o haya pruebas evidentes de que el ambiente en que van a vivir pueda corromperlos”.
El Comité no dio por buenas
las listas del pontificio Gabana y realizó sus propias investigaciones; incluso
envió clandestinamente a Bilbao a Ronald Thacktah, que no tuvo mucho tiempo de
informarse; en todo caso, sobre diez familias visitadas, “en todos los casos excepto uno me dijeron que no querían que sus hijos
volvieran, porque la policía les había obligado a reclamarlos”.
Las devoluciones se
ralentizaron todo lo posible, pero hay que tener en cuenta que algunos chavales
sí querían volver a casa, por diferentes razones, y que el dinero, -siempre
procedente de particulares-, para su manutención se terminaba. Para recaudar
fondos tuvieron que montar pequeñas iniciativas de fabricación de mermelada,
cestas y otras manualidades; organizar actuaciones de canciones populares,
bailes y teatro. Al mismo tiempo las presiones aumentaban de grado. El Duque de
Alba, que consiguió de Franco una cómoda plaza de embajador en Londres,
organizó el “Comité por la repatriación de los niños españoles”, el Vaticano
siguió presionando, los periódicos del bando "nacional", la iglesia católica británica
y la propia prensa conservadora del Reino Unido multiplicaron esfuerzos ante el
Ministerio de Asuntos Exteriores, que decide tomar en consideración el asunto de los niños retornables
(sic).
Las coacciones alcanzaron
métodos incalificables, el arzobispo Hidnsley bendijo la Cruzada de Franco, en
una guerra entre Cristo y Anticristo; el Catholic
Times tituló “Los niños vascos son
terroristas”. Afectaron también a las personas que se habían comprometido con
la causa de la infancia; la duquesa de Atholl había sido pilar fundamental en
la evacuación desde Santurce y en el sostenimiento de las colonias, contra la
opinión de una buena parte del Partido Conservador. Fue bautizada por sus compañeros
como “la duquesa roja” y finalmente expulsada del partido. En octubre de 1938
dimitió de su escaño para volver a presentarse como independiente; derrotada
por escaso margen, recibió la siguiente nota de un terrateniente, antiguo
camarada: “Estoy encantado de que se haya
quedado fuera…”
Asuntos Exteriores amenazó
con que los niños que se quedaran en el Reino Unido sin justificación clara
pasarían a depender del Ministerio de Interior; o sea que, de grado o por
fuerza, empezaron las repatriaciones. Benedicta González no fue inscrita entre las primeras, tenía ganas de regresar, pero la hizo dudar el cónsul, “Me dijo que en pocos días salía otro grupo
en el cuál estaba yo, pero me dijo que con la edad que tenía (próxima a los 17)
podía quedarme en Escocia, que España estaba muy mal y la postguerra sería
mala…Por una parte me gustaba el país…por otra me acordaba de casa, de mis
padres…”
Cuando
llegaron, el choque fue terrible. Desde la misma raya. Carlos Asensio, “Al cruzar la frontera en Irún, un soldado
con su fusil al hombro me dijo: ‘¡Ay chaval, qué putas las vas a pasar aquí!’ Y
qué razón tuvo”
Próximo
capítulo. Fue un regreso triste.
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